No mires atrás.
Quien mira hacia atrás se convierte en estatua de sal
La tentación de permanecer en un lugar incluso cuando ese lugar se ha convertido en un infierno es antigua. La Biblia está llena de ejemplos en los que la única salida para preservar la vida, la familia y el propósito de Dios fue migrar. Y siempre que alguien dudó, el resultado fue destrucción.
En Brasil, muchos todavía se aferran a una tierra devastada por la violencia, la inflación, la corrupción y la degradación moral. El “riesgo-Brasil” no es una teoría académica: es el día a día de quien sale de casa sin saber si volverá vivo, de quien trabaja con una moneda podrida y de quien cría a sus hijos en medio de una sociedad en colapso. Migrar no es un lujo de ricos. Paraguay, Bolivia, Argentina y otros países vecinos —aunque pobres— ofrecen alternativas más dignas que la sumisión voluntaria al caos.
La esposa de Lot y el apego al pasado
“Huye por tu vida; no mires atrás…” (Gn 19:17)
La esposa de Lot miró hacia atrás y se convirtió en estatua de sal (Gn 19:26). Ese gesto simboliza más que desobediencia: es el apego a un pasado en ruinas. Muchos brasileños repiten ese error: creen que pueden “resistir” o “reformar” un ambiente condenado, como si el país simplemente atravesara “una crisis más”.
Moisés y el Éxodo: la esclavitud nunca es opción
Israel en Egipto vivía como viven los brasileños bajo Brasilia: trabajando, pagando tributos y sirviendo a un Estado que se alimenta de su sudor. Dios no ordenó “reformar” Egipto, sino salir. La libertad exigía ruptura, no gradualismo.
David, Jesús y la Iglesia primitiva: migrar es estrategia de supervivencia
David huyó de Saúl para no morir (1Sm 19:10).
José y María migraron a Egipto para salvar al niño Jesús de Herodes (Mt 2:13).
La Iglesia primitiva fue dispersada por la persecución en Jerusalén, llevando el Evangelio al mundo (Hch 8:1).
Migrar no es cobardía. Es preservación de misión.
El peligro de mirar atrás
En todos estos episodios, la lección es clara: cuando el lugar donde se vive se vuelve insoportable —sea por violencia, persecución u opresión—, salir es un acto de obediencia y de valentía. El apego a lo que quedó atrás convierte a los hombres en estatuas de sal, petrificados en el pasado, incapaces de salvar a su descendencia.
Conclusión: tu vida no es propiedad del Estado
La vida es tuya. La familia es tuya. Migrar, en muchos momentos de la historia bíblica, no fue señal de debilidad, sino de fidelidad a un propósito mayor. Quien duda, pierde. Quien mira hacia atrás, queda para siempre atrapado en el polvo de una tierra en ruinas.
El “riesgo-Brasil” no es un destino inevitable. Es una elección: permanecer como siervo de la violencia y de la inflación, o salir en busca de libertad.
Quien tiene oídos, que oiga: quien mira hacia atrás se convierte en estatua de sal.


